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Biografia de José Ramón Chacón Sánchez

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Ciencía y TecnologíaJosé Ramón Chacón Sánchez (0000-0000) Ciencía y Tecnología
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Por Mauricio Silva A.

BIOGRAFIA VIVENCIAL

“…era irónico que no habiendo podido cursar la escuela en toda mi niñez me pudiera encontrar ahora en una universidad. …”

JOSE RAMON CHACON SANCHEZ (1937). Agricultor, comerciante, y ex funcionario destacado del Departamento de Sanidad Ambiental de la Municipalidad de Pérez Zeledón, San José, Costa Rica, América Central.

En 1972, un programa de capacitación del Ministerio de Salud, en coordinación con la Universidad de Costa Rica, le abre la posibilidad de estudios en el campo de la sanidad ambiental a un sinnúmero de funcionarios municipales de todo el país mediante el sistema de becas. Una vez graduados los funcionarios retornarán a las instituciones becantes debiendo servir en éstas, a modo de retribución, durante siete años continuos. Sometidos los aspirantes al rigor del examen de admisión, aprobado éste, y aprobado el curso, se verán enfrentados a un dilema personal: continuar estudios de avanzada en la misma universidad, en carreras afines o no afines, para lo cual deberán romper el vínculo laboral y faltar los compromisos, o bien, renunciando esas pretensiones, retornar al puesto.

José Ramón Chacón Sánchez, apoyado de principio a fin por su esposa, deberá elegir según principios de conveniencia y convicción personal, teniendo en cuenta la felicidad del grupo familiar.

Nace un 12 de enero en el lejano caserío de San Andrés de León Cortés, cantón de San José, pero radica luego y vive su juventud en la ciudad de San Isidro de El General de Pérez Zeledón. Proveniente de una familia campesina de muy limitados recursos, supera obstáculos que lo privan de una temprana educación escolar para destacar más tarde como funcionario de la Municipalidad de Pérez Zeledón. Tiempo después incursiona con éxito, aunque sólo de manera temporal, en el campo comercial. Es hijo de Rafael Chacón Rojas y María Sánchez Romero, fallecidos, y el primero de siete hermanos. Casa con Etelgive Vargas Hernández con quien procrea tres hijos: José Ramón, Jeannette y Giovanni. Con el correr de los años, su meta de superación personal irá más allá de lo previsto.

Un sueño demasiado lejos. De niño anhela estudiar, pero el río “Los bajos de San Andrés” se interpone en su camino. No hay puente. Desencantado, desde su casa –un rancho construido con barro y hoja de caña, sobre piso de tierra- mira cómo otros niños de su edad, en la rivera opuesta, asisten puntualmente al remoto centro escolar. Las crecidas del aplomado río, las intermitentes lluvias del invierno, el barro, las serpientes, y tres kilómetros de distancia entre su casa y la escuela, a lo largo de un camino apto para bueyes y carretas, acaban por frustrar su sueño. Entonces, y después, y nunca durante la adolescencia, alcanzará la escuela. Pero el deseo puede más, y el vecino más cercano, don José María Gamboa Chacón, un viejo campesino entrado en años, se convierte en su instructor perenne y, a su manera, le enseña las primeras reglas del saber. Sin embargo, el tiempo pasa, y los años transcurren, y aquella instrucción es, cuando más, solo de manera temporal. El verdadero aprendizaje está no muy lejos de allí, al alcance de sus manos, en el campo abierto de cultivos, al lado de su padre, un hombre recio, estricto y riguroso en la excelencia del trabajo. Señalar linderos, corregir rumbos y levantar o reparar cercas alambradas, a ojo de buen cubero, será cosa de rutina. Tal rigor, y tal excelencia, lo ayudarán más tarde.

En 1955 –ahora con dieciocho años-, en plan de mejoría, muda el domicilio al caserío de “La Ese” –hoy Valencia- del distrito de Páramo, Pérez Zeledón, y allí, en poco tiempo, contrae matrimonio y procrea tres hijos, pero al cabo de unos años, con más necesidades, y nuevas obligaciones, muda nuevamente su residencia a la cercana ciudad de San Isidro de El General consciente de que, en este lugar, opera una escuela para adultos. Por eso, en adelante, centra su meta en un trabajo estable. Piensa entonces en el municipio; quiere ser peón, albañil, barredor, lo que fuere, eso sí, al servicio del ayuntamiento. Sin embargo, echando a andar la idea, en esa dependencia no encuentra lo que busca y, contra sus deseos, acaba aceptando en otra intendencia un oficio para el que no ha sido preparado. A contar de allí será policía; circunstancia que, una vez más, le impedirá concretar su anhelado sueño debido al cambiante horario. Su peor día como tal –recordará- tendrá lugar cuando, en ocasión de rendir un informe escrito a su superior, éste lo desaprueba por confuso y enredado, y lo recrimina. Tal hecho lo avergüenza, y lo hace recordar la ansiada escuela.

Un giro en las circunstancias. Aquellas peripecias, un mal salario como policía, pero, sobre todo, la imposibilidad material para realizar el sueño escolar, lo llevan a presentar su renuncia el 30 de junio de 1963. Retornar a su parcela en Valencia será el nuevo proyecto. Empero, cuando todo está para el regreso, un amigo, el señor Ramón Segura Madrigal, jefe municipal de cuadrillas por esos días, le llama y persuade para realizar un “eventual” por quince días; labor consistente en reparar una vieja cerca. Acepta el ofrecimiento. Herramientas en mano, inspecciona el lindero, y emprende el trabajo. Cava huecos, aploma postes, mide distancias y tensa alambres; corrige rumbos y, en menos de lo previsto, concluye el encargo. Aquello que por su naturaleza no podía brillar, ni cosa que se le parezca, esta vez resplandece por excelencia. El trabajo satisface a su jefe. El 16 de junio de 1964 –fecha imborrable en su memoria- recibe el pago, y con éste una nota del Consejo Municipal, según la cual, se le nombraba en una plaza fija. Salta de alegría. Da la buena nueva a su mujer y anuncia a los cuatro vientos que ese día estará en la escuela.

Así lo hace, no sin ruegos a su director, el señor Danilo Segura Chávez, pues, para el momento, el curso lectivo ha avanzado un semestre. Finalmente es admitido en el tercer nivel, mas, descollando entre su grupo dados los conocimientos adquiridos tiempo atrás, bien pronto es promovido al cuarto grado. De este modo, cursa y aprueba el resto de los grados hasta concluir la primaria en 1967. Tenía entonces 29 años.

Con igual eficiencia, cursa y aprueba la secundaria en el Liceo Nocturno del lugar, obteniendo el bachillerato en 1972.

Mientras tanto estudia y pasa de un centro educativo a otro, en el municipio desempeña varios oficios, el peor y más duro de los cuales, como recolector de basura. La hosquedad de este trabajo, la suciedad circundante y el hedor de los desechos, al lado de un aspecto personal desarrapado, es cuestión que nunca olvida. A lo largo de ese trajinar, hace también de albañil, de barredor, de podador, de chofer, entre otros oficios inherentes a la condición del peón municipal.

Más allá de una escuela. Una vez graduado, por recomendación del secretario municipal de la época, señor Alberto Picado Morales, y con el beneplácito del Ejecutivo Municipal, don Oscar López Morales, es promovido a la jefatura del Departamento de Sanidad Ambiental, seguido de lo cual se le concede una beca para realizar estudios ambientales en la Facultad de Medicina de la Universidad de Costa Rica.

En contraste con su experiencia anterior, pronto se paseará por el campus universitario, y con los días se tomará el tiempo para asistir a seminarios, visitar bibliotecas, facultades y escuelas por doquiera; en breve, conocerá el laboratorio, lucirá la típica gabacha y manipulará el microscopio; examinará el hectoparásito “boophilus”, la bacteria “rickettsia akari”, y se rodeará de gente blanca…

La vivencia: ”…cuando se dio a conocer el programa académico a las municipalidades y se les invitaba a participar, me llamó don Oscar y me ofreció la posibilidad. Yo era jefe en el Departamento de sanidad y el único bachiller en el momento. Me pidió una respuesta inmediata, pues él debía contestar la invitación. No fue fácil decidir, pues era necesario consultar con la familia. El programa suponía un traslado a la capital por espacio de dos años o más tiempo. Analicé la cuestión con mi esposa, y después de darle vueltas al asunto coincidimos en que era conveniente. De todas formas, tenía que realizar el examen de admisión y de esto dependía todo. Mi respuesta a don Oscar al siguiente día fue un sí definitivo, por lo que él se alegró, pues esperaba una respuesta positiva, y me ofreció todo el apoyo de su parte, lo que efectivamente hizo.

Dejé a mi familia. Mudé mi domicilio a El Llano de Higuito de Desamparados y luego ubiqué la universidad. El primer paso era superar aquella prueba, de lo contrario regresaría. Fue increíble ver cómo un primer grupo de personas que concurrían de todos los rincones del país se iba agrandando. En algún momento abrieron una puerta y una voz anunció que podíamos pasar, cada quien a su pupitre. En cada uno había un gran libro. ¡Por Dios! –me dije- ¿a qué hora leeremos todo eso? No podíamos tocar ese libro, era prohibido, y después de algunas instrucciones, y de fijarse un tiempo aproximado a la hora y media, se autorizó el inicio. Todo era sincronizado. ¡Por Dios! –otra sorpresa- Nada de lo que yo sabía y había aprendido en mi vida preguntaban. El tal libro o folleto estaba hecho a la medida del programa académico que pretendía formar verdaderos agentes de cambio. Todavía recuerdo la primera y segunda preguntas que me sorprendieron. Una decía: “Si usted pudiera elegir entre ser productor de flores o vendedor de flores ¿qué elegiría?” De acuerdo con el programa la respuesta correcta era la segunda opción, y no la primera, y así por el estilo. Mi nota fue de 93%, y una tercera parte del grupo desaprobó. Esto fue importante para mí, pues tendrá que ver luego con la posibilidad de continuar estudios en esa o en cualquier otra disciplina.

Superado el examen, trasladé a mi familia. Luego, como había que pagar un alquiler de casa y mantener la escuela de mis hijos, mi esposa empezó a trabajar para la empresa Tejidos de Costa Rica. Sucede que por esos días esta empresa construía un telar a un lado del edificio en el que pondría a funcionar unas novedosas máquinas; por eso, necesitaba adiestrar a una persona en su manejo a fin de que ésta preparara y capacitara al futuro personal. Fue una gran dicha, pues conociendo mi esposa el oficio de costura fue seleccionada para el cargo. Así, al cabo de un tiempo, acabó ella asumiendo la jefatura de un numeroso personal, y ya para el final de mi carrera doblaba mis propios ingresos.

Bien ¿qué sucedió después? Que yo estudié como nunca: con normalidad, a tiempo completo, sin interrupciones… Mis hijos, vigilados por dos vecinas, superaron la escuela; mi esposa se afianzó en el trabajo y la experiencia familiar, en general, fue halagadora. Pero sucedió que, finalizando el curso, muchos de mis compañeros se plantearon la posibilidad de continuar la universidad y obtener una licenciatura en otras disciplinas, como la veterinaria o el derecho, pues consideraban que aquella oportunidad era única en sus vidas, aunque para esto debieran renunciar a sus trabajos e incumplir los compromisos. De hecho, así lo hicieron muchos.

Esto nos planteó un gran dilema, pues en mis circunstancias esa posibilidad existía, era real, y mi nota de admisión me permitía incluso elegir cualquier carrera… pude hacerlo, pero mi compromiso con la municipalidad y con la persona de don Oscar habían sido muy fuertes desde un principio; en cuanto a don Oscar, él me había dispensado toda la ayuda necesaria y el estimulo que necesité en el momento. Así lo percibí yo y así lo percibió mi esposa. Optamos entonces por el regreso. Yo renuncié aquella tentación y honré mi compromiso, y mi esposa renunció su trabajo, y de algún modo honró a la familia, aunque con gran pesar, pues la empresa la quería retener... Las puertas le quedaron abiertas...

Como ocasiones importantes durante mi vivencia, claro que el uso ocasional de aquella gabacha en la Facultad de Medicina, en algún momento me hizo sentir extraño… me costó asimilar el hecho… era irónico que no habiendo podido cursar la escuela en toda mi niñez me pudiera encontrar ahora en una universidad. El acto de graduación en el auditorio de la facultad, acompañado de mi esposa, incluso de mis hijos, también fue un grato recuerdo; la charla personal, previa a la entrega de los diplomas, por el propio decano, el Dr. Rodrigo Gutiérrez Sáenz, y las clases de algún conocido profesor en materia de legislación ambiental, como don Fernando Coto Albán, magistrado de la Corte por esos días, fueron también momentos de mucha gratitud…”.

En 1974, por el Programa de Tecnología Médica, la Facultad de Medicina de la Universidad de Costa Rica le otorga el diploma como Técnico de Saneamiento Ambiental. Otros compañeros, aprovechando el momento, y con mayor ventaja, rompen el compromiso laboral con las instituciones becantes para continuar estudios de avanzada en carreras afines y otros campos de la ciencia.

A su regreso, honrando el compromiso con el municipio, retoma funciones en el Departamento de Sanidad Ambiental, del cual ya era titular, y desde éste despliega el aprendizaje adquirido, no sin trabas al inicio.

Poco después, con recargo de funciones como juez de rastro, asume el control de calidad del matadero municipal. Como resultado –memora Chacón-, en una específica ocasión no hay carne en toda la ciudad, pues una decisión muy suya paraliza la matanza de animales en ese día, ya que las reses para el destace y el consumo de la población presentan signos evidentes de enfermedades como la “anaplasmosis”, la “piroplasmosis” o la “rickettsia”, entre otras. Los expendedores de carne protestan en vano. En adelante, con el paso de los años, y el aporte externo del veterinario, Dr. Álvaro Urrutia Paoly, se corrige la anomalía, con lo que el producto bovino alcanza el más alto nivel de calidad.

Hacia 1978, por efecto de la política crediticia del gobierno, y su plan de apoyo a la pequeña empresa familiar, incursiona en el campo comercial. Instala una pequeña fábrica de jabón, cuya materia prima es el cebo, y funda un negocio que con el tiempo florece. Aparece así, en el medio comercial generaleño, la “Jabonería San Isidro”, situada en Villa Ligia, la que, junto a un pequeño expendio ubicado en el corazón de la ciudad, será la primera en su especie. Produce y lanza al mercado el jabón en barra “Bin Bon”, y el jabón en polvo a granel. Distribuye, asimismo, toda suerte de artículos ambientales de reconocida marca.

En 1982, para ponerse a resguardo de la empresa familiar, renuncia funciones en el municipio.

Tiempo después, en 1987, su proveedor de materia prima, la “Cooperativa Montecillos” de Alajuela, decide ingresar y abrazar el mercado del jabón a lo ancho y largo del país, dejando de abastecer a las florecientes y pequeñas empresas familiares, lo que las afecta hasta su extinción.

José Ramón Chacón Sánchez, clausura la empresa y olvida el proyecto. Fija su domicilio en La Unión de San Pedro donde funda y preside el Comité Pro Asociación, y la asociación resultante en los años 1997 y 1998. Hoy, en su pequeña finca, vive al fin su libertad acariciando el agro. Repartió heredad entre sus hijos y, en su modesta casa, a los 74 años, al lado de su esposa Etelgive, una hilera de encantadores nietos lo rodea y, de paso, le recuerda aquella escuela en San Andrés que por tantos años lo esquivó; allá… en la rivera opuesta




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